Leoncio Prado
Leoncio Prado Gutiérrez (Huánuco, 24 de agosto de 1853-Huamachuco, 15 de julio de 1883) fue un militar peruano que participó en diversas guerras contra España, en Cuba y Filipinas. Al final de la Guerra del Pacífico, Leoncio Prado muere en julio de 1883 luego de la batalla de Huamachuco.
En su memoria se han creado diversas instituciones peruanas, como
el Colegio Militar Leoncio Prado. Su padre fue el presidente Mariano Ignacio
Prado, quien manejaba negocios en Chile antes de la guerra.
Su hermano Manuel Prado Ugarteche fue dos veces elegido
presidente constitucional de la República del Perú.
A los doce años, Leoncio Prado ya era cabo en el Regimiento de Lanceros de la Unión. A los trece años dejó el Colegio Guadalupe para combatir contra los españoles en la escuadra que navegó al sur de Chile y participó en el combate de Abtao, fue ascendido a Guardiamarina.
Luego participó en el combate del 2 de mayo de 1866 en el
Callao y fue ascendido al grado de Alférez.
Infancia
Cuando tenía seis años, su padre vivía en Lima y él con su madre en Huánuco; el padre que ya era coronel del ejército peruano, los hizo llamar a Lima y así llegan madre e hijo en junio de 1859. Leoncio ingresó para comenzar sus estudios a un colegio y su madre ingresó al Convento de Copacabana.
El coronel EP Mariano Ignacio Prado, según testimonios de la época,
siempre tuvo predilección por este niño; en una carta que Mariano Ignacio envía
a la madre de Leoncio, le dice:
Obliga siempre a este niño, que me escriba para que no se vaya
a acostumbrar a ser desamorado.
En casa de Bezada quedaron una camisitas suyas y allí quedó
también su monturita para los días que quiera montar en sus caballitos que
están en la hacienda de Bezada. En esta misma casa, a donde irá siempre,
encontrará cariños y atenciones.
Carta de Mariano Ignacio Prado a la madre de su hijo Leoncio
Prado Gutiérrez
De esa misma época, a los seis años, se le retrata por
primera vez; la posición en la que está el niño Leoncio, es exactamente la
misma a la última fotografía que se hizo años después, ya adulto. El peinado es
el mismo que usó siempre. Luego de tomada la fotografía el niño Leoncio la
“malogró”: había dibujado sobre su cabeza con un alfiler, un escudo nacional
del Perú.
Desde niño se sintió fascinado por la carrera de las armas:
le fascinaban los ejercicios militares, las paradas y la vida del Regimiento de
la Unión, del cual era jefe su padre Mariano Ignacio. Siempre acompañaba en las
evoluciones a dicho regimiento y a menudo los acompañaba en sus ejercicios
militares.
Terminó rogando a su padre que le permitiera el ingreso en la
vida militar. Por aquellos tiempos era común que en los diferentes cuerpos del
Ejército hubieran niños incorporados, tuvieran la extracción que fuera: ya
fuera un niño huérfano que encontraba en los cuarteles el “hogar” o niños
mimados o hijos de militares que se mostraban orgulloso de que el hijo
continuara la tradición familiar.
El 1 de abril de 1861, vio cumplidos sus sueños antes de
cumplir los 8 años. Vistió el soñado uniforme de militar, pasando revista en el
regimiento como soldado distinguido.
A los 9 años de edad ingresó al Colegio Guadalupe, a los doce
años ya era cabo en el Regimiento de Lanceros de la Unión.
El año 1865, su padre el coronel Mariano Ignacio Prado, era
prefecto de Arequipa, después de haber desempeñado igual cargo en Tacna. Por
aquel entonces, el país se hallaba inmerso en un conflicto diplomático con
España que había desembocado en la ocupación por parte de una escuadra española
de las islas Chincha. El Perú no disponía de una fuerza naval lo
suficientemente potente como para enfrentarse a los buques españoles y los
nuevos barcos encargados tardarían aún mucho en llegar.
El gobierno se vio forzado a firmar el 2 de febrero el Tratado Vivanco-Pareja por el que España desocuparía las islas y, a cambio, recibiría tres millones de pesos como compensación por los gastos generados. El malestar generado por la duración del conflicto y la actitud del gobierno, que la opinión pública consideraba débil, se recrudeció. El tratado fue considerado una humillación.
El día 28 el coronel Prado se sublevó e inició una campaña
militar, en la que participaría Leoncio, que culminó con la toma de Lima el 6
de noviembre del mismo año. Fue hermano Póstumo de parte de padre de Manuel
Prado Ugarteche nacido en 1889 y que fue en dos oportunidades presidente de
Perú. Otros hermanos suyos fueron: Mariano, abogado y empresario; Javier,
intelectual y político; y Jorge, también político.
Incorporación a la Armada
Culminada la revuelta y establecido el nuevo Gobierno, a los
trece años de edad, Leoncio interrumpe sus estudios en el Primer Colegio
Nacional de Perú de Nuestra Señora de Guadalupe para ser incorporado como
guardiamarina en la fragata Apurímac, unidad que formó parte de la escuadra del
capitán de navío Manuel Villar.
El nuevo Gobierno, dispuso la salida de la escuadra al mando del capitán de navío AP Manuel Villar hacia el sur para reunirse con la flota chilena, país que también estaba en guerra con España. Las fuerzas peruanas se componían de las fragatas Apurímac y Amazonas y las corbetas Unión y América. En Chiloé se reunieron con las naves chilenas Covadonga y Esmeralda, aunque la Amazonas no pudo llegar a su destino al naufragar en los canales chilotes.
La
flota aliada queda anclada en el apostadero de la isla Abtao al mando del
contralmirante chileno Juan Williams Rebolledo. Días después de asumir el
mando, Williams parte hacia Ancud con la Esmeralda y deja el mando de la
escuadra aliada al capitán de navío peruano Manuel Villar.
El 7 de febrero de 1866, llegaron hasta el apostadero aliado
las fragatas españolas Villa de Madrid y Blanca, entablándose un combate que
sería conocido como combate de Abtao. La acción se redujo a un intenso
bombardeo a gran distancia que no produjo daños significativos en ninguno de
los dos bandos. Al día siguiente los buques españoles partirían de la zona para
informar de la situación de los aliados. Por esta acción, Leoncio recibiría su
primera medalla de guerra.
Las duras condiciones de vida de alta mar, mermaron el estado
de salud del joven Leoncio y tuvo que ser desembarcado en Lima para su cura. Ya
restablecido, ingresó a la Escuela Militar de Espíritu Santo como cadete
militar. Estando en ella, la Junta Calificadora de los asistentes a la Campaña
de la Restauración, le otorgó el grado de subteniente, cuyos despachos firmó el
1 de abril de 1866, el Ministro de Guerra, coronel José Gálvez y lo refrendó el
coronel Mariano Ignacio Prado, Dictador Supremo y padre de Leoncio.
Combate naval del 2 de mayo
Ante la inminencia del combate en el Callao, se improvisan
defensas, las playas se llenan de parapetos y trincheras para repeler el
ataque, en la madrugada del día 2 de mayo, Leoncio en su casa le dice a su
primo Nazario Rubio "Acompáñame que me voy al Callao, de cualquier modo,
mi puesto no está en la Escuela, está en el combate, como en Abtao".
Llegado al Callao, se embarca en una lancha que lo lleva a
una de las naves de la escuadra peruana al mando del capitán de navío AP
Lizardo Montero Flores. Se traba el combate, la escuadra española bombardea el
Callao, las baterías de tierra responden. Una granada española vuela la Torre
de La Merced, en donde se encontraba el Ministro de Guerra, coronel José
Gálvez, matándolo. Tras seis horas de combate, Casto Méndez Núñez, Jefe de la
Escuadra española, ordena dar por concluida la acción.
El bombardeo del Callao sería la última acción de los barcos
españoles en aguas del Pacífico. Tras reparar los desperfectos en la isla San
Lorenzo, pusieron rumbo a España.
Benemérito a la Patria
Luego del combate y de la revista de ordenanza, Leoncio
regresa a su casa en Lima. Entre tanto, la Junta Calificadora del Ejército, por
su actuación en el combate, le otorga la clase de Alférez de Fragata y el uso
de las condecoraciones otorgadas por la Nación a los “Defensores del Honor e
Integridad de la República y Respetabilidad del Continente yo Heroico”.
Reinicia sus actividades militares el héroe, como oficial de
marina con la soñada espada, que se la obsequia el comandante general de la
Escuadra Peruana, contralmirante AP Lizardo Montero, que se la dio “en premio y
honor a su sereno comportamiento”.
Protesta estudiantil en el Colegio Nacional Nuestra Señora de
Guadalupe
En 1867, con 14 años de edad y terminada la guerra, reingresó
Leoncio Prado a la Escuela Militar, pero su permanencia es corta, ya que el
padre resuelve que complete su instrucción y regresa al Primer Colegio Nacional
del Perú de Nuestra Señora de Guadalupe.
El de 3 de diciembre de ese año, estando Leoncio con licencia
en su casa, se produce en el Colegio Guadalupe una protesta estudiantil. Los
alumnos alegando incompetencia de algunos profesores, y demasiados rigores
disciplinarios, se sublevaron y tomaron las instalaciones del plantel.
Leoncio Prado, enterado del hecho, va al colegio y, al
encontrarlo aislado, sube por las paredes y techos y llega hasta sus
compañeros. El día 4 de diciembre, el intendente de policía entra en el plantel
con las fuerzas policiales, reabre el colegio y ordena la salida de los
huelguistas. A la cabeza de ellos apareció Leoncio Prado, echándose la
responsabilidad de los sucesos.
Enterado el Gobierno, dispuso la expulsión de la mayoría de
los alumnos. El presidente Mariano Ignacio Prado, dispuso que su hijo, Leoncio,
partiera inmediatamente en una expedición que salía en viaje de exploración a
la selva amazónica peruana. Así, Leoncio Prado, se unió a dicha expedición.
Perdido en la selva amazónica peruana
El 16 de diciembre de 1867 partió de Lima a incorporarse a la
expedición al almirante Tucker, con la Comisión Hidrográfica que debía estudiar
y explorar los ríos de la Amazonia. La expedición se dirigió a Huánuco y
reaprovisionada, siguió por Pozuzo, colonia establecida sobre el río del mismo
nombre. En Pozuzo, Leoncio Prado recibe la orden de partir con los
expedicionarios Charum y Butt, hacia el río Pachitea en una canoa que los
esperaba en el río Mayro.
Debían tomar los expedicionarios el plano topográfico de los
ríos Mayro y Pachitea. En el trayecto se cruzaron con la expedición del sabio
Antonio Raimondi, que también exploraba la región.
Haciendo su trabajo Leoncio Prado, se perdió en la enmarañada selva, vagando por ella durante varios días, tratando de encontrar el rumbo. Enterado Antonio Raimondi del hecho, preparó una expedición para buscarlo; luego de varios días tuvo noticia de que Leoncio Prado se encontraba en un campamento de indios Campas; se dirigió a dicho poblado, donde lo encontró y rescató.
Los
indios Campas, lo habían encontrado vagando por la selva y lo llevaron a su
poblado, en donde curaron sus heridas, producidas por alimañas y mosquitos y lo
salvaron de una muerte segura. Pasado el incidente de Leoncio Prado, la
expedición partió hacia Iquitos por el Pozuzo y el río Pachitea, en medio de
infinitas penalidades debido a la insalubridad del clima, las alimañas y los
zancudos (mosquitos).
Las duras contingencias que había pasado hicieron del joven
Leoncio de solo 15 años, todo un hombre. Muy duras fueron las pruebas que tuvo
que pasar desde el Combate de Abtao hasta Iquitos. En esta ciudad fue
incorporado al personal de la Flotilla Fluvial del Amazonas de la Marina de
Guerra del Perú, permaneciendo ahí hasta 1868, que se retiró del servicio a
consecuencia de los acontecimientos políticos de que culminaron con el
movimiento revolucionario que obligó al presidente Prado a dimitir.
De regreso a Lima, Leoncio Prado ingresa nuevamente a un
colegio para completar su instrucción. Gobernaba el país Manuel Pardo, quien lo
pensionó juntamente con otros estudiantes, por cuenta del Estado, en un colegio
de los Estados Unidos, en la ciudad de Richmond.
Agitado su espíritu por la larga y cruenta lucha que libra el
pueblo cubano, enardecido por las noticias que llegan hasta él dando cuenta del
heroísmo derrochado en los combates por las huestes republicanas decide marchar
a la isla de Cuba y cooperar en sus luchas por la independencia.
En la guerra por la independencia de Cuba
En 1874, partió para Cuba, acompañado por su hermano Justo y
su medio-hermano paterno Grocio que se alistaron también en el ejército
libertador. Toma parte Leoncio Prado en las principales acciones de guerra,
pero no está satisfecho. Cree que su aporte personal no es del todo eficaz.
Sueña con acciones mayores y sin sujeción a disciplinas,
donde pueda desarrollar iniciativas que den resultados grandiosos. Ese carácter
le lleva a diseñar un proyecto audaz que asombra por su magnitud. Decía Leoncio
Prado: “Los buques con que debemos combatir están bajo bandera española”. Y
explica su audaz proyecto que consiste en capturar dichos buques y volverlos
contra los españoles, después de hacer prisionera a su tripulación.
Leoncio Prado seleccionó a un grupo de valientes cubanos
decididos a ir a la muerte si fuera preciso por el ideal de la libertad. Los
conjurados eran 10 jóvenes, perfectamente disciplinados para la empresa cuyas
proyecciones y ejecución ignoraban y confiando solamente en el valor, la
audacia y la inteligencia de su jefe. Estos valerosos cubanos fueron: capitán
Manuel Morey, Domingo Vélez, Pedro Castero, Miguel Gutiérrez Pití, Eduardo
Deetgan, Manuel Blanco, Leonardo Álvarez, Eugenio Carloto, Casimiro Brea e
Ignacio Zaldívar.
Se reunieron todos en Kingston, Jamaica y de ahí se dirigieron
a los diversos puertos, donde debían esperar las instrucciones finales. Los
últimos en partir fueron Leoncio Prado, Manuel Morey y Domingo Vélez, para
reunirse nuevamente en Puerto Plata, República Dominicana. Todos se reunieron
el 3 de noviembre en Puerto Príncipe, Haití.
El 7 de noviembre llegó a Puerto Plata el vapor español
“Moctezuma”, procedentes de Saint Thomas y con destino a los puertos de Cuba.
El “Moctezuma” estaba armados con dos cañones y tripulado por 60 hombres y al
servicio del gobierno español de Cuba. Prado al tomar conocimiento de la
importancia del buque y de que salía el mismo día, resolvió embarcarse en él,
sin esperar la llegada de los conjurados de Saint Thomas. Apresuradamente hizo
guardar en el equipaje doce machetes y ordenó que sus pocos compañeros se
armaran con revólveres, tomando pasajes escalonadamente a fin de no despertar
sospechas.
El Moctezuma
Para abordar el buque, pasaron por comerciantes ambulantes de
diferentes nacionalidades, alojándose en la cubierta del buque, salvo Leoncio
Prado, Manuel Morey y Domingo Vélez, que se acomodaron en primera clase.
El Moctezuma zarpó a las 14H00 de Puerto Plata, haciéndose a
la mar. Fue en este momento que Leoncio Prado, da a conocer a sus compañeros el
plan que consistía en apoderarse del buque, rindiendo a la tripulación cuando
se encontraran en alta mar. Dispuso el emplazamiento de sus hombres, que
estaban armados con revólveres, ya que los machetes no pudieron sacarlos del
equipaje por encontrarse ellos en cubierta a la vista de la marinería española.
Cuatro conjurados se situaron a proa de la nave, para
arrollarlos empujándolos hacia popa, otros cuatro tomaron emplazamiento en las
escalas que conducían a los compartimentos bajos, para impedir la subida de los
que en ellos se encontraren; Prado, Morey y Vélez se encargarían de rendir al
Comandante del buque y a sus oficiales a la hora de la comida, cuando
estuvieran reunidos en el comedor que estaba situado en la toldilla de popa.
Eran las 18:00 cuando sonó la alarma llamando a comer; cada
cual se dirigió a su puesto señalado de antemano, mientras el pasaje, el
capitán y la oficialidad se encaminaban al comedor. Morey tomó asiento en la
mesa de oficiales. Prado y Vélez se habían retrasado expresamente, esperando
que todos estuvieran sentados en sus mesas. En el momento oportuno, Leoncio
Prado, seguido por Vélez, apareció en la puerta del comedor y con voz fuerte
dijo: Capitán Cacho Leonardo José Cacho Ceballos, Suances 1828-1876), en nombre
de la República de Cuba que se halla en guerra con España lo hago a usted mi
prisionero y le demando me rinda el vapor.
Todo el pasaje escuchó con estupor, lo pronunciado por
Leoncio Prado. El capitán reaccionando, contestó: Me parece que Usted está de
broma, a lo que Prado respondió: Hablo de veras, no haga usted resistencia y
los desembarcaré a todos en lugar seguro.
Pronunciadas estas palabras, se produjo un momento de
confusión entre la oficialidad del buque; pero más calmados se enfrentaron a
los conjurados. La vajilla servía de armas. Prado recibe un golpe en la cabeza
que le hace perder el conocimiento. Vélez dispara su arma contra el Comandante
de la nave, matándolo. Entretanto Prado reacciona y lucha contra la oficialidad
con un puñal. Finalmente, pasados los momentos de confusión y lucha, los
oficiales son reducidos al igual que la tripulación. El propio Leoncio Prado
iza la bandera de Cuba en el mástil del Moctezuma.
La primera disposición de Leoncio Prado como Comandante de la
nave, fue que se diera atención a los heridos y se sepultara en el mar a los
muertos en la refriega. Eran la 19:00 y
todo había concluido. La tripulación del buque fue encerrada en las bodegas y
la oficialidad en la cámara de popa y ordena el cambio de nombre de la nave de
Moctezuma a Céspedes, en homenaje al paladín de la libertad cubana.
Al día siguiente, el Céspedes se encontraba a cuatro millas
de Puerto Paix, al norte de la isla Fortuna. Ordenó Leoncio Prado desembarcar
el pasaje, a la oficialidad y la tripulación a excepción de 6 marineros y los
maquinistas necesarios para las maniobras del buque. Se les permitió llevar sus
efectos personales y a los que no tenían recursos, se les dio dinero necesario,
previa firma de recibos; en estos socorros se invirtió 500 pesos de los 2000,
que se encontraron a bordo.
La noticia de la captura del Moctezuma causó enorme sensación
en todo el continente y en España. El Senado español se reunió y solicitó a las
naciones de América, dar tratamiento de piratas a los conjurados. Brasil y
todas las naciones de América rechazaron tal solicitud.
La odisea del Céspedes-Cuba
Leoncio Prado, tenía que buscar recursos para poder operar la
nave y comisiona a ello a Domingo Vélez, quien desembarca del Céspedes para
cumplir su nueva misión. Inmediatamente, Leoncio Prado y su nave, hacen rumbo a
Laguna Catarazca escapando de los españoles en donde decidió esperar los
acontecimientos. La poca profundidad de la bahía, impidió que el buque anclara
e hizo rumbo al cabo Gracias a Dios al que llegó el 27 de noviembre de 1876.
Bajó a tierra y se presentó a las autoridades con la documentación del
comandante Cacho, sin despertar sospecha alguna.
La primera preocupación de Leoncio Prado en cabo Gracias a
Dios - a orillas del Mar Caribe, entre Honduras y Nicaragua- fue encontrar un
fondeadero seguro para el Céspedes y para ello comisionó a Morey para que en un
bote recorriera la costa del cabo. Morey partió con dos de los tres marineros
españoles que quedaron en la nave. La embarcación de Morey zozobró y los
marineros españoles escaparon.
Leoncio Prado, comprendió el peligro que corrían y determinó partir inmediatamente. Procuró conseguir carbón, encontrando solo 18 toneladas, lo cual era insuficiente. Todas estas contingencias detuvieron al Céspedes 21 días en Cabo Gracia de Dios, luego de los cuales partió con rumbo desconocido.
A la partida del Céspedes, los marineros españoles se presentaron a la
autoridad consular española quien determinó fletar el buque Maud Borbón, en el
que se despachó a los citados marineros a Cuba, llevando los pliegos reservados
con la narración de los hechos, desde la captura del Moctezuma hasta la partida
del Céspedes del cabo Gracia de Dios.
Enterado de los acontecimientos, el Gobierno español de Cuba
dispuso que la fragata Jorge Juan y los transportes Bazán y Fernando el
Católico al mando del comandante J. Rada salieran en persecución del Céspedes,
a la vez que ordenaba la prisión de todos los tripulantes del Moctezuma en
Santiago de Cuba, a bordo del crucero Churruca, cuyos oficiales se mordían los
labios… sin comprender cómo 60 hombres habían rendido el buque dándose
prisioneros de 10 cubanos. Incluso el pasaje del buque fue perseguido por las
autoridades españolas, teniendo en un caso, que intervenir el cónsul francés en
Santiago de Cuba, para liberar a la Señora Hurtado y sus hijas de ser apresadas
en el Churruca, al encontrarse como pasajeras del vapor francés Columbia, de
donde habían sido desembarcadas.
El Jorge Juan, hizo su aparición en cabo Gracias a Dios. Por
falta de carbón el Céspedes se vio obligado a recalar en Troappe, donde el día
3 de enero de 1877, fue avistado por el “Jorge Juan”. Temprano ese día, el
“Jorge Juan” fue avistado por un marinero español, que se calló el hallazgo y
solo recién a las 10H00, Leoncio Prado y sus tripulantes, se dieron cuenta de
que estaban bloqueados.
Sin combustible, a más de 500 m de la playa, la escapatoria
era imposible; Leoncio Prado con serenidad, ordenó echar los botes al agua, y
ordenó a la tripulación embarcarse en ellos. Él quedó en el “Céspedes” con el
capitán Morey. Entretanto, el “Jorge Juan” acortaba distancias con cautela para
evitar alguna desagradable sorpresa. Cuando el “Jorge Juan” se puso a tiro de
cañón, descargó la artillería de su nave.
Prado y Morey hacen volar el “Céspedes” prendiendo fuego a la
santabárbara de la nave, lo que produce una terrible explosión. El “Jorge Juan”
que se acerca cautelosamente al buque incendiado, comprueba la “completa
destrucción del corsario y su gente”.
Tanto Prado como Morey, habían abandonado el buque antes de
la explosión y esperado la noche para nadar hasta la playa, guiándose por el
resplandor del incendio; el “Jorge Juan”, luego de comprobar la destrucción del
“Céspedes” y de recoger a los marineros de la playa, se retiró. A Leoncio Prado
y a Morey, se les unieron algunos marineros en la playa. Estos anduvieron varios
días pasando hambre, frío, calor y las más diversas penalidades. El historiador
cubano Eladio Aguilera, relata, en una de sus obras la odisea:
“Aflictiva fue la situación de Prado y sus compañeros así que
dejaron el vapor.
Encontráronse en la extensa costa de los mosquitos entre
espesos manglares, sin caminos, andando al acaso entre el fango, finalmente
decidieron hacer rumbo al oeste, en esta deplorable situación, anduvieron
mucho, hasta que el territorio se hizo escabroso, entonces sufrieron nuevas penalidades,
pues como estaban descalzos por haber perdido los zapatos, la marcha fue
penoso. “Gradualmente el país se convirtió en montañoso y con esto aumentaron
sus sufrimientos”.
Con los pies llagados, rendidos de fatiga, sin alimento ni
agua algunas veces, sin caminos, perdidos en aquellas soledades, sin más amparo
que la Divina Providencia, era forzoso seguir adelante.
Finalmente encontraron la choza de un indio, éste les
dispensó los auxilios que su miserable estado le permitía y allí se repusieron
un tanto, continuando luego su penosa marcha.
Las condiciones fueron mejorando según avanzaban por el
territorio civilizado, hasta que por último llegaron al Puerto de Corinto en el
Pacífico”.
Historiador Eladio Aguilera#GGC11C
Entre tanto, el 19 de enero de 1877, sin saber lo que había pasado con el “Céspedes”, salía del puerto de Colón el general cubano Rafael Quezada con rumbo a Nicaragua a bordo de la goleta Luisa, llevando carbón y pertrechos de guerra para el Céspedes. La nave llegó a San Juan del Norte y de ahí, en una lancha llegaron a Troappe, en donde se enteró de la tragedia del Céspedes.
El 25, regresa al fondeadero del “Luisa” y emprende viaje al Cabo
Gracia de Dios. Quezada en el Cabo Gracia de Dios, dispuso la búsqueda de los
náufragos, proveyendo de los fondos necesarios para la expedición, la que
partió inmediatamente remontando el río Wankez, llamado también Segobia, con el
propósito de atravesar la región hasta Honduras. El general Quezada retornó a
Colón, el día 13 de febrero, lleno de incertidumbre sobre la suerte de los
náufragos del Céspedes.
Mientras eso ocurría en el Luisa, Leoncio Prado del puerto de
Corinto, se dirigió a Estados Unidos, en donde se entrevistó con el Agente
General de Cuba, señor Aldana, a quien dio detalles de todas las vicisitudes de
la captura y correrías del Moctezuma. El gobierno cubano premió a Leoncio
Prado, héroe del “Moctezuma”, dándole la alta clase de coronel de su Ejército.
Hoy su retrato figura entre los patriotas de la Galería del Ayuntamiento de La Habana,
siendo considerado entre los próceres de la Independencia de la República de
Cuba.
Independencia de las Filipinas
De los Estados Unidos, Leoncio Prado emprende viaje al Perú,
para reponer su organismo gastado por la campaña libertaria de Cuba. El 11 de
abril de 1877 se embarca rumbo al Callao y ese mismo día un diario de Albany,
escribe sobre él:
Se dirige al Perú el señor Leoncio Prado, cuyo nombre se ha
hecho célebre con motivo de la captura bélica del vapor Moctezuma.
Se llega a surgir como es de esperarse, la causa de la
libertad de Cuba, no dudamos que el nombre del señor Prado pasará a la
posteridad lleno de gloria inmarcesible que se merece, figurando al lado de los
Céspedes, los Agramante, los Agüero y tantos otros héroes que sostienen y han
sostenido una lucha tan desigual como gloriosa contra el poder de España a
fines del siglo en que vivimos, que es de libertad y de progreso
El 1 de mayo de 1877, llega a Lima, aureolado por sus hazañas
en Cuba. Poco tiempo descansa en Lima y emprende el retorno a los Estados
Unidos y, es ahí donde concibe la idea de intervenir en la independencia de
Filipinas. Ya que según su criterio, la independencia de las Filipinas, haría
más fácil el triunfo de la revolución emancipadora en Cuba. Con el apoyo de
patriotas cubanos la expedición quedó lista.
La empresa fracasó, pues la embarcación que conducía a los
expedicionarios, zozobró, en un terrible temporal, frente a las costas de
China. Salvado del naufragio, recorre Europa, ocultando su nombre, porque ya
por esa época se le perseguía sin piedad, sobre todo España, por sus ideas
libertarias.
De Europa se traslada a Estados Unidos, en enero de 1878.
Nuevamente prepara otra expedición para la independencia de las Filipinas,
cuando se entera del posible conflicto entre Perú y Chile. En 1879, ante la
grave situación planteada por Chile, Leoncio Prado, decide retornar al Perú.
Guerra del Pacífico
A su llegada, el gobierno lo comisiona a Estados Unidos para
la compra de armamentos. El 9 de agosto retorna al Perú y el 15 del mismo mes
se embarca hacia Arica, en donde se encontraba su padre el presidente Mariano
Ignacio Prado, a quien solicita un puesto en la guerra. Leoncio Prado retorna
al Callao para recibir a sus hermanos Justo y Grocio, que regresaban de los
campos de batalla cubanos.
Al respecto, escribía Leoncio Prado: "Mis hermanos deben
llegar a ésta el 12 del corriente (septiembre) y como es natural a mí me toca
definir sus respectivas situaciones colocándolos del mejor modo posible...Han
llegado sin novedad, Antonio (Manuel Antonio Prado) ha sacado para ellos los
despachos de capitanes y marchan al frente". Justo y Grocio Prado obtienen
grados similares a los que tenían en el Ejército de Cuba. Leoncio Prado parte
nuevamente a Arica, en donde espera sus órdenes. "Cansado de esperar una
resolución cualesquiera, respecto a mi persona, me resolví venir a este puerto,
con el objeto de deslindar definitivamente mi situación, que cuando es incierto
es desesperante".
El gobierno le asigna la organización de un cuerpo de
torpederas que debía actuar en la Isla del Alacrán del puerto de Arica. Se
instala en un islote y desde ahí prestó importantes servicios al Perú, ya
vigilando las costas peruanas, ya haciendo retroceder al enemigo cuando
intentaba sus sorpresivos ataques, ya luchando en cooperación con el Manco
Cápac, tal como consta en las partes de guerra del combate naval que se realizó
el 24 de febrero de 1880.
Jefe de guerrilleros
A la subida al poder del civil Nicolás de Piérola Villena,
viene la reorganización del ejército y Leoncio Prado recibe la orden de formar
y comandar un cuerpo de guerrilleros para actuar independientemente pero en
conexión con la jefatura Suprema, que la ejercía el contralmirante Lizardo
Montero, Comandante en Jefe del Ejército del Sur.
En esa condición asistió a la Batalla del Alto de la Alianza,
“donde se batió con singular denuedo” y luego, cubriendo la retirada cuando se
produjo el desastre del ejército aliado. Los “Guerrilleros de Vanguardia” del
coronel Leoncio Prado dieron mucho que hacer al ejército chileno en la campaña
del sur, al atacar sus avanzadas o filtrándose por sus líneas para caer por retaguardia
atacándolas para desaparecer enseguida, dejando desorientados a los chilenos.
Era tan eficaz la acción de Leoncio Prado que el comando del
ejército chileno destacó al coronel Orozimbo Barbosa Puga para, que con fuerzas
muy superiores, persiguiera a los “Guerrilleros de Vanguardia”.
Prisionero en Chile
La situación de Leoncio Prado y sus guerrilleros se tornaba
cada día más peligrosa. La persecución del coronel Orozimbo Barbosa, terminó el
21 de julio de 1880, en Tarata, donde se entabló un singular combate con la
pequeña fuerza de Prado. Tras la lucha feroz que se generalizó los guerrilleros
fueron cayendo uno a uno, resistiendo a pie firme las acometidas del enemigo.
El combate no podía durar mucho y, no duró. Las superiores
fuerzas chilenas, hicieron que los guerrilleros fueran cayendo, los que fueron
muertos en su gran mayoría. Al final del combate, Leoncio Prado se encontraba
entre un hacinamiento de cadáveres y heridos. Un oficial chileno, viéndolo
luchar con denuedo con las ropas destrozadas, evita que sus soldados disparen
contra él. Lo conduce prisionero ante el coronel Orozimbo Barbosa quien después
de oír el relato del combate. Le dice: “Quiero que mis oficiales se honren con
la compañía de usted”.
Fue trasladado a Chile, con grandes consideraciones siendo
internado en la prisión de San Bernardo, rechazando varias veces el
ofrecimiento de libertad que tenía por condición "comprometerse a no
volver a empuñar las armas". Pero, finalmente, considerando que prisionero
era nula su contribución a la causa de la resistencia, fingió aceptar la
propuesta, quedando en libertad. Poco después, dando muestra de que no acataría
la condición impuesta, escribió: "Cuando la patria se halla subyugada, no
hay palabra que valga sobre el deber de libertarla".
Retorna a las armas
Llegó al Callao en febrero de 1882, informándose de inmediato
sobre la lucha que en el Perú Rural libraba el Ejército de La Breña al mando
del general Andrés Avelino Cáceres. Buscó motivar el ideal de la resistencia en
el círculo capitalino que frecuentaba, pero sus exhortaciones no fueron
escuchadas, escribiendo con decepción: "Lo que me apena es ver que en
estos momentos que se juega la última esperanza de la patria, haya hombres
todavía egoístas que se resisten a contribuir en una forma o en otra, a la
defensa de la patria".
Leoncio Prado y su espíritu es presa de la amargura y del
dolor al contemplar la aflictiva situación de la capital bajo la dominación
chilena. Su alma altiva no puede sufrir la humillación y resuelve emprender campaña
contra el ejército invasor.
Eludiendo la vigilancia que sobre él ejercía el enemigo,
Leoncio Prado pasó a Huánuco con intención de plegarse a la resistencia
guerrillera que allí conducía su hermano el capitán Justo Prado. Pero a poco de
su llegada lo vio morir de pulmonía, desgracia que no hizo sino retemplar su
espíritu. Tomó el mando de la pequeña partida de guerrilleros de Huánuco.
Logra reunir ochenta jóvenes capitaneados por el mayor
Heraclio Fernández y el doctor Enrique Rubín y con ellos marcha a Cerro de
Pasco, y de esta provincia, en número de ciento cincuenta, se dirigen a las
alturas de Canta y Chancay. Al principio esta fuerza solo estaba armada de
puñales y rejones y algunas armas de fuego. Bajan hasta Palpa y de allí por las
alturas llegan a Sayán desde donde asedia Huacho, que estaba ocupado por un
destacamento enemigo. Finalmente establece su cuartel general en Vista Alegre,
que era una magnífica posición estratégica.
Los guerrilleros de Leoncio Prado no vestían traje militar
sino el de paisano, y en su mayoría poseían caballos, lo que facilitaba sus
incursiones hasta cerca de la costa. Apoyado por el pueblo indio de Ihuarí,
distante de Chancay 20 leguas, los patriotas tenían localizadas sus avanzadas
en el punto denominado Piedra Parada, en el camino que conducía a Sayán.
Varios hacendados de la región secundaban los esfuerzos de
Prado, proporcionándole toda clase de bastimentos. Y todos los campesinos lo
apoyaban con decisión, conformando los cuadros de combatientes y sirviendo en
tareas de vigilancia y espionaje. Invistiendo grado de coronel, Prado dirigió
personalmente la instrucción militar de esos contingentes, contagiándoles su
fervor patriótico con arengas como aquella que dirigiera a sus paisanos:
"Hermanos de mi alma, hijos de mi pueblo: Sabed que las balas del enemigo
no matan y que morir por la patria es vivir en la inmortalidad de la
gloria".
Tan pronto como el comando chileno toma conocimiento de la
formación del cuerpo de guerrilleros a órdenes de Leoncio Prado y de su proximidad
a la costa, dispuso de fuerzas importantes para que los persiguieran y los
exterminaran. Se inicia así la persecución, pero Leoncio Prado en aplicación de
una “estrategia de desgaste y atracción a terreno propicio para golpear
certeramente”, emprendió la retirada a las altas serranías de la provincia de
Chancay. Antes de abandonar Vista Alegre dejó un grupo de guerrilleros
convenientemente parapetados, “con la consigna de cubrir su retirada”. El jefe
chileno de la avanzada al descubrir dicha posición dispuso el ataque.
Después de una corta refriega, que resisten los defensores,
proceden al asalto, y ya cerca de la cumbre se ve rodar a uno, dos tres
soldados. No hay duda que resisten. Continúa el fuego y las tropas chilenas
toman la posición donde les esperaban, imperturbables, un pelotón de muñecos
agujereados por las balas chilenas... El eco que respondía al traqueteo de la
fusilería chilena, las nubes de polvo y el rodar de piedras, habían dado la
ilusión perfecta del combate.
Cubierta la retirada. La guerrilla de Leoncio Prado se
establece definitivamente en las escarpadas serranías de Chancay. El cuartel
general se establece en Jucul, posición que fue convenientemente parapetada
aprovechándose su ventajosa ubicación. Desde ahí tuvo en jaque durante cinco
meses, hasta abril de 1883, a las fuerzas chilenas comandadas por los jefes
chilenos Castillo y Marchand, que no solo no pudieron darle caza sino que se
vieron impedidos siempre de acercarse al cuartel general de Jucul.
Los indios de las alturas Santa Cruz, Paccho y otros pueblos
más, recorrían grandes distancias para traer al cuartel general de Leoncio
Prado, ya un rifle, ya cartuchos o alimentos para los combatientes. Prado había
incrementado sustancialmente su fuerza guerrillera. Al respecto escribía: “A
pesar de muchos tropiezos, cada día voy mejor; pues ya cuento con trescientos
hombres bien armados. A este paso creo que pronto contaré con mil y entonces
mucho tendrán que hacer los chilenos conmigo. La columna que manda Fernández
está preciosa lo mismo que el escuadrón del doctor Rubín. Está a mi lado como
jefe de Detall el coronel Alcázar”.
Así la situación y sintiéndose fuerte con su tropa equipada con armas capaces de contrarrestar a las de los chilenos, baja a Sayán, donde se encuentra con el coronel Isaac Recavarren quien estaba comisionado por el general Andrés Avelino Cáceres para formar el Ejército del Norte. En esa condición, pide a Prado las fuerzas que comandaba aduciendo razones de carácter disciplinario. Prado contrariado, entregó las tropas y su plaza al coronel Recavarren y se quedó con su escolta compuesta exclusivamente por jóvenes huanuqueños.
Con esta escolta se dirigió a Aguamiro donde se reunió con el
general Cáceres quien le señaló el puesto de jefe de Estado Mayor de la Primera
División del Ejército del Norte bajo el inmediato comando del coronel Isaac
Recavarren. Los guerrilleros de Leoncio Prado sintieron el cambio de jefatura,
y quizá esto fue la causa de las numerosas deserciones de las tropas del
coronel Isaac Recavarren antes de llegar a Huamachuco.
Huamachuco
El general Andrés Avelino Cáceres, se había replegado al
norte del Perú, donde esperaba le fuera más propicia la campaña. El comando
chileno que esperaba en el Departamento de La Libertad, destacó a la división del
coronel Alejandro Gorostiaga Orrego para cerrarle el paso e impedir se le
uniera el coronel Isaac Recavarren, que operaba en el departamento de Áncash.
La división del coronel Arriagada pisaba la retaguardia del ejército de
Cáceres.
Cáceres mediante una hábil, maniobra hace que el coronel
Arriagada contramarche, deshaciéndose así de este enemigo, al mismo tiempo que
se unía a las tropas del coronel Isaac Recavarren. Al tener conocimiento de
esto, el coronel Gorostiaga se repliega sobre Huamachuco solicitando refuerzos
con urgencia.
Dadas las continuas marchas desde Tarma, por las escarpadas
cordilleras andinas, las tropas de Cáceres se encontraban enfermos,
semidesnudos y hambrientos; tan extenuados estaban que cuando se encuentran en
el paso de los Tres Ríos, con el refuerzo solicitado por Gorostiaga, no
pudieron darle alcance. Cáceres entonces, apelando al patriotismo de sus tropas
y mediante un gran esfuerzo, logró conducirlos por caminos extraviados e
infernales a las alturas de Huamachuco, y las 15H00 del día 8 de julio de 1883,
disparaba los primeros cañonazos sobre la plaza ocupada por el invasor chileno.
Los chilenos sorprendidos, apenas tuvieron tiempo para retirarse del cerro
Sazón, posición inexpugnable que de antemano tenían preparada. Tomada la plaza
de Huamachuco por parte del ejército peruano, al día siguiente se suceden
algunas escaramuzas hasta el día 10.
La Batalla de Huamachuco
Al terminar el segundo día de la ocupación de la plaza de
Huamachuco (9 de julio de 1883) por parte de las fuerzas peruanas, quedó
concertado el plan de batalla. Todo estaba listo, pero la fatalidad hizo que en
la noche la división del coronel Recavarren no pudiera ocupar el emplazamiento
que se había señalado, lo que malogró todo el plan trazado por el general
Andrés A. Cáceres Dorregaray. En vista de esta contrariedad, el alto comando
peruano resolvió aplazar el encuentro. Pero ya en la madrugada del día 10, un
sector, hasta el que no había llegado la orden de aplazamiento, rompió los
fuegos, comprometiendo a todas las líneas. Así, la batalla intempestivamente
adquirió todo su fragor.
El arrojo de las fuerzas peruanas se sucedía al contragolpe
chileno; la lucha encarnizada se desarrollaba en la pampa. De pronto las tropas
chilenas se repliegan a sus primeros parapetos; el empuje peruano es
desesperado esfuerzo se redobla; los combatientes ascienden al cerro Sazón, la
inexpugnable posición chilena; las bandas del ejército peruano tocan dianas
triunfales y en la cumbre del cerro se vislumbra la victoria.
Más en este preciso momento, uno de los cuerpos peruanos
agota sus municiones; un grito fatídico, escalofriante recorre las filas
peruanas: "¡Municiones!… ¡municiones!..." Las tropas chilenas
percatadas de tan inesperada contingencia, salta sobre las trincheras peruanas
y avanza, produciéndose la derrota de las fuerzas de Cáceres.
En el fragor de la batalla, Leoncio Prado cae al suelo
desmontado, producto de la explosión de una granada y trata de levantarse. Sus
ordenanzas levantan su cuerpo, mientras el herido solo atina a decir: “¡Mi
caballo…, mi caballo…!”. Pese a sus esfuerzos, no le es posible continuar en
combate debido la gravedad de su herida. Esquirlas de la granada chilena le ha
astillado la pierna…. Sus ayudantes lo vuelven a montar y lentamente lo sacan
del campo de batalla. Tras él solo queda en el escenario bélico el desaliento
precursor de la derrota.
Y sobreviene la hecatombe del Ejército Peruano de la Breña.
Al caer la tarde, retirándose del campo de batalla, Prado y
sus ayudantes son alcanzados por el general Andrés A. Cáceres, con sus
ayudantes y algunos jefes. Al preguntar quién era el herido, Leoncio Prado, se
reincorpora y le dice: “Mi general, soy el coronel Leoncio Prado. He cumplido
con mi deber”, enmudeciendo luego.
La comitiva continuó. “Se movía como el badajo de una campana
al vaivén de la bestia”, señaló en un testimonio el coronel Samuel del Alcázar,
testigo presencial del hecho.
Al anochecer, ya no fue posible continuar con el herido, de
modo que sus soldados lo depositaron en una cueva inmediata a la laguna
Cushuro. A la mañana siguiente se presentó en el refugio un sacerdote enviado
por el general Cáceres, quien le dio la bendición y los santos óleos, luego se
marchó. Cerca de ahí vivía el indio Julián Carrión, a quien se le encargó que
fuera al pueblo en busca de auxilios. Carrión no solo se prestó para tal
comisión, sino que refugió al herido en su casa.
Muerte
Captura del coronel Leoncio Prado
Según esta versión, Carrión llegó al pueblo y entregó el
recado a personas que no guardaron la discreción del caso, revelando el nombre
del oficial herido. Se extendió la noticia que llegó al cuartel general
chileno, hicieron tomar prisionero a Carrión quien fue obligado a confesar el
paradero del oficial. Un grupo de veinticinco soldados al mando del teniente
Aníbal Fuenzalida, se dirigió a Cushuro, llevando de guía al indio Carrión.
Con respecto a ese momento, el historiador chileno Nicanor
Molinare, en su libro sobre la “Batalla de Huamachuco”, dice:
Una de las figuras militares enemigas más atrayentes de la
guerra del Pacífico, quizá la que descolló más, por su amor al Perú, por el
denuedo con que defendió siempre sus colores y por su valor indomable, fue, sin
duda, la del coronel Leoncio Prado.
La muerte de este hombre extraordinario, tiene tonalidades
tan grandiosas, fue tan admirablemente estoico para morir, que como un homenaje
a la memoria de tan valiente jefe peruano, publicamos este emocionante episodio
de su vida, que sin duda es la página más hermosa de la historia del Perú en la
última campaña, tomándola de nuestra Historia de la Batalla de Huamachuco, que
verá la luz pública entre breves días.
Si hubiera imaginado, compañero, que le iban a fusilar, tenga
la seguridad que no lo tomo prisionero, decía el año próximo pasado mi querido
amigo, el mayor retirado, Don Aníbal Fuenzalida, refiriéndose al coronel
Leoncio Prado. Figúrese usted, que Pradito estaba herido gravemente, tenía un
balazo horrible en la pierna izquierda: mire, la tenía hecha astillas,
compañero, si lo sabré yo, si lo recogí de una quebrada el día 13 de julio, dos
días después, el 15 temprano, poco después de las 8 de la mañana, era domingo,
lo fusilaron, y en su propia camilla.
Aquel militar chileno, que había estado al mando del pelotón
que capturó a Leoncio Prado, agregaba, relatando a Molinare la tragedia de
Huamachuco:
Le voy a relatar punto por punto, todo cuanto sé, respecto al
coronel Leoncio Prado, a quien tomé prisionero, de quien fui amigo cerca de dos
días y a quien no vi morir porque cuando lo fusilaron había yo partido de
Huamachuco.
De orden superior de mi jefe, el inteligente mayor
Fuentecilla, salí temprano el día 13 de julio en comisión a recoger armas y muy
especialmente a buscar dos cañones que faltaron de los doce que había tenido la
artillería enemiga.
Cerro arriba nos lanzamos por el Morro de de Flores, altura
que queda encima, como quien dice para el sur de Huamachuco; llegamos a la
cumbre y una vez en ella bajé con mi tropa para el otro lado, como para Entre
Ríos o Silacochas, y con paciencia principiamos a registrar todas las
quebradas, vallecitos y hondonadas que forman aquellas agrestes serranías.
Estos cerros que se presentan pelados, sin un arbustito hacia
el costado norte para el que mira el pueblo, una vez que descienden hacia
Silacochas, principian a cubrirse de vegetación; en sus quebradas se encuentra
agua y también árboles y bosquecillos.
Mi tropa andaba dispersa, con orden de no separarse mucho y
de registrar con sumo cuidado cuanto rinconcito hubiera; yo disponía de 30
hombres y de mi corneta Vílchez. Quince de los “niños” andaban a caballo, los
demás a pie. Como le decía a usted, en partiditas, los soldados recorrían los
cerros.
De repente, un artillero, cuyo nombre he olvidado, sintió que
alguien se quejaba, más bien dicho, le pareció oír murmullo de una conversación;
el hombre preparó su carabina por lo que pudiera acontecer y, con cautela,
agazapándose, se fue acercando hacia el lugar de donde creía que venían las
voces.
Pocos instantes después le hablan así con voz entera: “Avance
Usted sin cuidado, que estoy herido; yo soy el coronel Leoncio Prado.
Y, efectivamente, mi artillero tenía a su frente, bajo una
ramita, lo que los soldados llaman un torito, recostado en el suelo, sobre un
cuero de oveja y una manta, a un hombre moreno, la nariz perfilada; de pelo
negro y muy crespo y que usaba bigote y una insignificante pera militar.
El herido, sin ser otro, era el coronel Leoncio Prado, hijo
natural del Presidente del Perú, don Mariano Ignacio Prado, y Jefe de Estado
Mayor del Ejército del Centro, es decir del primer ejército de Cáceres.
Cuando mi artillero vio herido a Prado, o a Pradito, como
todos le nombraban en el Perú, se quedó mirándolo al oír la tranquilidad con
que le dirigía la palabra.
Y Pradito, con toda calma, le dijo: “Hazme un favor, dame un
tiro aquí, en la frente.
Pídale ese servicio a mi Teniente Fuenzalida”, le contestó el
soldado, y corrió a darme parte.
No pasó mucho tiempo y yo y otros soldados más, estábamos al
lado del que fue mi pobre amigo el coronel Prado. ¡Qué hombre tan simpático,
tan ilustrado y atrayente, compañero!; mire, encantaba conversar con él, de
todo sabía, poseía el inglés y el francés lo mismo que el español; y con él
podía usted hablar de artillería y tratar cuestiones guerreras a fondo, porque
era hombre buen instruido, de estudio y muy sabido.
En cuanto estuve a su lado y después de darnos un afectuoso
apretón de manos, me rogó que lo despachara al otro mundo, porque sufría
dolores atroces a causa de la herida, y porque, suponía, le habrían de fusilar.
“Naturalmente, le hice desechar tan negra idea, porque imaginé que estando tan
gravemente herido, mi coronel Gorostiaga no lo ejecutaría”. “Compañero”,
recuerdo que me dijo a propósito de su herida: “Este pobre chino es tan bueno,
que por más que he hecho, no ha querido, cortarme la pierna herida”, y mostraba
el muslo izquierdo horrorosamente fracturado encima de la rodilla.
Y nuestra conversación duró el tiempo necesario para armar
una camilla y pronto regresamos todos a Huamachuco.
Usted se imaginará con cuanto cuidado bajamos aquellos
empinados cerros. Qué hombre tan alentado. Usted supondrá que el camino era
harto malo y que aquel hombre no se quejó una sola vez; hizo el viaje como en
una cama de rosas.
Fusilamiento del coronel Leoncio Prado
Fue encarcelado y sospechó de su sentencia a muerte cuando el
cirujano militar se negó a amputar la pierna herida. Cosechó simpatías entre
los componentes del ejército enemigo y comentó la buena puntería de los cañones
chilenos a la vez que alabó el valor de sus soldados.
Según la versión chilena el coronel Leoncio Prado, conocido
como "Pradito", fue sentenciado a muerte por haber faltado a su
palabra de oficial. Siendo prisionero de guerra, fue puesto en libertad bajo
palabra de honor de no seguir haciendo la guerra a Chile. Esta era la única
pena posible, para quien a pesar de haber dado su palabra, fue capturado a
consecuencia de una cruenta batalla, en la que se había comprometido a no
participar. Sin embargo es necesario señalar que fueron fusilados también,
oficiales del ejército peruano que no se encontraban en la condición de Prado
como fue el caso del coronel Miguel Emilio Luna, el capitán Florencio Portugal
entre otros.
En 1912 el mayor chileno Aníbal Fuenzalida narró al
historiador Nicanor Molinare la forma en que, según su versión, murió Leoncio
Prado2 señalando que cuando fue interrogado acerca del por qué había incumplido
su promesa de volver a pelear, Prado afirmó "que en una guerra de invasión
y de conquista como la que hacía Chile y tratándose de defender a la Patria,
podía y debía empeñarse la palabra y faltar a ella".
Según el oficial Fuenzalida, Leoncio Prado dijo que realmente
había dado su palabra cuando fue prisionero en junio de 1880 en Tarata, sin
embargo "me he batido después muchas veces; defendiendo al Perú y soporto
sencillamente las consecuencias. Ustedes en mi lugar, con el enemigo en la
casa, harían otro tanto. Si sano y me ponen en libertad y hay que pelear
nuevamente, lo haré porque ese es mi deber de soldado y de peruano".
El capitán Rafael Benavente hizo, por su parte, el relato de
los momentos que precedieron al fusilamiento y también de esta escena. Cuando
se le notificó cuál iba a ser su suerte, Leoncio Prado manifestó que tenía
derecho a morir en la plaza y con los honores debido a su rango porque era
Coronel y pertenecía al Ejército regular del Perú, pero su pedido no fue
atendido y se le indicó que sería fusilado en su propia habitación.
Luego pidió un lápiz y escribió la siguiente carta:
"Huamachuco, 15 de julio de 1883. Señor Mariano Ignacio
Prado. Colombia. Queridísmo padre: Estoy herido y prisionero; hoy a las.... (¿Qué
hora es? preguntó. Las 8.25 contestó Fuenzalida) a las 8:30 debo ser fusilado
por el delito de haber defendido a mi patria. Lo saluda su hijo que no lo
olvida Leoncio Prado".
Antes de su ejecución, Leoncio Prado solicitó tomar una taza
de café.
Enseguida, cuando entraron dos soldados pidió que fuera
aumentado su número para que dos le tirasen a la cabeza y dos al corazón. Al
ser cumplido este pedido dio breves instrucciones a la tropa sobre la
trayectoria de sus disparos y agregó que podían hacer fuego cuando hiciera una
señal con la cuchara y pegase tres golpes en el cachuchito de lata en el que
había estado comiendo.
Se despidió enseguida de los oficiales chilenos, los abrazó,
les dijo: "Adiós compañeros". La habitación era pequeña. Al frente y
al pie de la cama se colocaron los cuatro tiradores y detrás de ellos se
pusieron los tres oficiales allí presentes. El Coronel Leoncio Prado cumplió
con dar las órdenes para la descarga. "Todos llorábamos (manifestó
Benavente) todos menos Pradito".
Se mandó fusilar al militar que había ganado el corazón de
sus enemigos, dicen que los integrantes el pelotón de ajusticiamiento
dispararon sus armas con los ojos nublados por la lágrimas. La muerte de
Leoncio Prado se valoró como la de un héroe. Se relata así:
Nos colocamos tras los cuatro soldados; las lágrimas nublaron
mi vista. ¡Todos lloramos, todos, menos Pradito!
Tomó la cuchara, le pegó un golpecito para limpiarla,
enderezó un poco más el cuerpo, se irguió; saludó masónicamente con la cuchara,
pegó pausadamente los tres golpes prometidos, sonó una descarga y, dulcemente,
expiró en aras de su patriotismo, por su nación, por el Perú, el hombre más
alentado que he conocido, el heroico coronel Leoncio Prado.
El cabo avanzó dándole un balazo en el pecho, para cumplir
con la ley, acabó de apagar así los latidos de ¡aquél gran corazón que no
palpitó sino para servir a su patria
La versión chilena con el vivo testimonio de los que
estuvieron en el sacrificio, es la única fuente primaria de su muerte, dado que
los oficiales chilenos fueron los únicos que presenciaron los últimos momentos
de Leoncio Prado.
El asistente asiático compale José a que se refiere el
testimonio del capitán Rafael Benavente B., fue un cocinero de la familia
propietaria del inmueble que sirvió de cuartel general en Huamachuco a los
chilenos, él quedó durante dicha ocupación al cuidado del inmueble, según Fuenzalida
fue encontrado en compañía de Prado cuando fue capturado, no se menciona nada
del guía Julián Carrión ni de la ejecución de los ordenanzas del coronel Prado:
Patricio Lanza y Felipe Trujillo.
Con respecto a la fecha del fusilamiento, la mayoría de los
historiadores, la han confundido, el relato del historiador chileno Molinare,
la fija el 15 de julio.
En los primeros años del siglo XX, en 1933, se entrevistó a
dos residentes de Huamachuco, que por su edad, debieron estar presentes en la
ciudad, aquel día. Eran los señores Fabio Samuel Rubio y Enrique Moreno
Pacheco. Su testimonio dice:
El día 10 de julio de 1883, nos encontrábamos en Huamachuco
bajo la dolorosa impresión de la batalla realizada. Éramos niños. Nuestras
familias al saber el triunfo de los chilenos huyeron con nosotros a Culicanda,
donde teníamos una finca. El sábado 14 regresamos a la ciudad al saber que los
chilenos se retiraban.
El domingo 15, muy de mañana, presenciábamos la salida de las
últimas tropas desde un balcón de la casa Pacheco, situada en la plaza
principal. En esto sentimos una descarga de fusilería y con natural curiosidad
nos dirigimos al lugar señalado, que era el cuartel de la artillería chilena,
casa del señor Marino Acosta, y la encontramos desierta.
Al penetrar al patio de dicha casa, en una habitación del
lado derecho, vimos un cadáver: era el coronel Leoncio Prado. Sobre una
camilla, recostado el cuerpo en la cabecera aparecía el héroe. Tenía el rostro
bañado de sangre haciéndose visible una perforación cerca del ojo izquierdo, y
su pierna del mismo lado estaba cubierta de vendas; al lado había un plato y
una cuchara y en el suelo una taza.
Como alguien nos dijera que en el segundo patio había otros
muertos, nos dirigimos al sitio señalado, encontrando a dos soldados peruanos
casi juntos sobre un charco de sangre, en los últimos estertores de la muerte,
y cerca de ellos una manta sobre la que estaba esparcido un naipe, consternados
nos retiramos, grabándose en nosotros la escena que aún nos parece verla'
Los cadáveres del segundo patio, correspondían al de los
ordenanzas del coronel Leoncio Prado Gutiérrez, Patricio Lanza y Felipe
Trujillo los cuales son omitidos en el relato del oficial chileno Fuenzalida y
que según el testimonio antes citado aún agonizaban en el mismo lugar en que
había caído lo que indicaría que la ordenanza militar en caso de fusilmiento,
que señala que uno de los soldados debe realizar un tiro de gracia para
asegurar el resultado muerte, no fue cumplida.
Su cuerpo fue sepultado en el cementerio local de Huamachuco
donde permaneció hasta 1889 cuando fue trasladado a Lima, siendo depositado en
el Cementerio Presbítero Matías Maestro, desde 1908 reposa en la Cripta de los
Héroes dentro de dicho cementerio, junto con los otros grandes héroes peruanos.
Homenaje del Ejército del Perú
El Ejército del Perú, por sus valores y heroísmo, lo nombró
patrono del Servicio de Material de Guerra del Ejército.
Descendencia
Fruto de sus relaciones con Paula Pacheco, nació un hijo
póstumo, Leoncio Abel Prado Pacheco, nacido en la localidad de Paccho, entonces
parte de la ahora desaparecida Provincia de Chancay, el 19 de noviembre de
1883, cuatro meses después de su fallecimiento. A los seis años de edad, pasa
a poder de su abuela paterna, María Avelina Gutiérrez, la cual desde entonces
se encarga de su educación con el pequeño montepío percibido del Estado
Peruano.
Llegó a ser Subprefecto de Trujillo, Inspector-Visitador
Regional de Trabajo de Huamachuco y Pataz y Subprefecto de Huamachuco, donde
llegaría a ejercer la Alcaldía Provincial en tres periodos. Padre de 7 hijos
(Avelina, Francisca, Pedro, Humberto, Eugenia, Naya e Isabel), en los cuales la
descendencia de Leoncio Prado continúa en la actualidad, falleció el 11 de
octubre de 1973, a los 89 años de edad.
https://es.wikipedia.org/wiki/Leoncio_Prado
Para el próximo jueves 28 de abril de 2023 seguiré publicando la historia de destacados personajes del Perú.
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